Una noche, mientras cuidaba su rebaño, Amós escuchó el temible rugido de un león buscando presa para devorar. El pastor sintió miedo, pero se mantuvo vigilante, dispuesto a defender su ganado, aun a costa de su vida. Esa misma noche de estío, el humilde hombre de Tecoa recibió el llamamiento divino para profetizar a su pueblo Israel. Es por esa experiencia que surge su expresión imperecedera: “Si el león ruge, ¿Quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿Quién no profetizará?” Amós se dedicaba a cuidar bueyes y a la recolección de higos silvestres. No tenía más pretensiones, su vida era tan sencilla como el entorno en el cual se desenvolvía. Pero ahora tenía la encomienda de profetizar a su pueblo Israel. Amós llega a la ciudad y de una vez se percata de la situación reinante. Va al mercado y se encuentra con comerciantes inescrupulosos que especulan con sus productos y mercancías y utilizan balanzas arregladas para engañar al consumidor. Pasa por los tribunal
José Núñez Grullón