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Mostrando las entradas de marzo, 2014

Una isla con tres nombres

Los aborígenes que habitaban nuestra isla la llamaban con diferentes nombres, entre ellos: Haití, Babeque, Quisqueya y Bohío. El nombre más popular fue Haití, cuyo significado en la lengua de los indígenas era “tierra alta, o tierra montañosa”. Cuando Cristóbal Colón tomó posesión de la isla en 1492 la bautizó con el nombre de   La Española por su parecido con España. Tenemos la particularidad de que es la única isla del mundo que comparte dos estados soberanos. Tanto España como Francia la llamaban las isla de Santo Domingo, nombre que quedó ratificado para siempre en los tratados internacionales que España firmó con Francia, uno llamado de Aranjuez en 1777 y otro llamado de Basilea en 1795 , en este último España cedió a Francia el dominio total de la isla. En el artículo noveno de ambos tratados se habla de la Isla de Santo Domingo como el nombre internacionalmente reconocido por las dos principales potencias que durante casi dos siglos se disputaron la po

Caín, Dios y yo

En Times Square, en la ciudad de New York, un periodista retirado se encuentra con un extraño personaje llamado Caín, con quien comparte vivencias personales y discute temas referentes a la dualidad del universo y la existencia de Dios. En  esa conversación se hace presente un amigo ateo, con el cual comparten sus criterios de Dios, el hombre y la religión A continuación copiamos un fragmento de este encuentro: —Caín, Beto es ateo— le dije, con el propósito de iniciar una conversación filosófica o teológica. Caín sonrió ampliamente y mantuvo silencio. Beto explotó de risa y con aquella jovialidad que siempre le ha caracterizado me dijo: —Tú siempre buscando una oportunidad para armar discusiones. Entonces, Caín tomó participación y volvió su mirada hacia Beto y dijo: —¿En realidad eres ateo? Se produjo una breve interrupción debido a que unos turistas nos bloquearon para tomarse unas fotos con los policías montados a caballo que están en la pl

La ruta del sembrador

Eran las cuatro de la mañana. Gabriel Peldaño se había levantado más temprano que de costumbre porque tenía varias diligencias que hacer antes de llegar al surco. Amantina, su fiel esposa, también se levantó para despedir a su marido con el cual vive desde hace cuarenta años. Se dirigió, envuelta en una cubierta de algodón, con su bacinilla en la mano, hacia la letrina para botar los orines, cepillarse los dientes y prepararse para las faenas del día. Cuando terminó de su aseo personal, se fue directamente a la cocina que estaba situada como a dos metros fuera de la casa. Era una cocina típica de la zona rural, construida con tablas de palma, el piso de tierra, techada de cana y con sus anaqueles para disponer de los utensilios de la cocina. Don Gabito, que era como le llamaban a Gabriel, estaba sentado en la cocina en una silla de madera tejida de guano, cerca del fogón, el cual   había prendido para calentarse y para poner el agua de colar el café. Amantina, siempre dispuesta,