Eddy Olivares Ortega
El pequeño Salvatore asistió tan solo un mes al colegio público cercano a su hogar, ya que descubrió que robando y extorsionando obtenía más dinero que su padre, que trabajaba como albañil. El niño ganaba cerca de cinco dólares a la semana por seis horas de trabajo, mientras que su padre tan solo cobraba tres, por sesenta horas de trabajo a la semana subido en un andamio.
Era el año 1906 en la ciudad de New York y el precoz criminal apenas había cumplido diez años de edad. Aunque parece una crónica de hoy, se trata en realidad de un episodio narrado por Eric Frattini en su conocida obra “Mafia S.A.”, sobre la vida de Salvatore Lucania, mejor conocido como Lucky Luciano, el hombre que organizó el crimen en América.
Durante gran parte del siglo XX, las calles de las principales ciudades de Norteamérica pasaron a manos del crimen organizado, a tal extremo de que terratenientes y comerciantes aseguraban sus personas, propiedades y trabajadores, pagándole tributo a la Mafia, que brindaba mayor seguridad que la Policía o el Estado. La mayoría de los países latinoamericanos se encuentran actualmente en igual o menor medida transitando por ese camino.
La juventud ha perdido la fe en el porvenir y en los líderes de la sociedad. No encuentra ninguna causa justa para canalizar su rebeldía. La desesperanza entrega cada día a muchos jóvenes a los brazos del crimen, sin que al Estado parezca importarle. En nuestro país, la delincuencia juvenil se ha organizado eficiente y disciplinadamente en pandillas, bandas, gangas y naciones, que han monopolizado el robo callejero e incidido determinantemente en la distribución de las drogas en los barrios. Estas organizaciones sirven como centros de entrenamiento de los jóvenes, que luego conforme al talento criminal demostrado pasan a formar parte del crimen organizado.
El hambre, el deterioro de las condiciones de vida, los divorcios o separaciones que desconciertan a los hijos jóvenes, el consumo de drogas para huir de un mundo cruel e inhumano, el desempleo y falta de oportunidades, el consumismo irresistible, el crecimiento de los cordones de miseria de las ciudades, los embarazos de niñas de 12 a 16 años por la falta de una política de prevención y control del Gobierno, la facilidad de reclutamiento de menores por parte del crimen, el incremento y legalización de los juegos de azar, el deterioro del sistema educativo, son solo algunos de los motivos por los cuales muchos jovenes se incorporan a las bandas juveniles.
Sin embargo, también muchos adultos son causantes de la inseguridad de la “Era de la Violencia y la Desesperanza”. Son aquellos que participan en el narcotráfico y todas las actividades propias del crimen organizado, en el robo impune de bienes públicos, tales como postes del tendido eléctrico de metal, estatuas y bustos, barandillas y cables de puentes, tapas de metal de alcantarillas y verjas de plazas públicas, etc., para la exportación, así como en la corrupción administrativa que empobrece a las mayorías y en la violencia intrafamiliar que requiebra el alma de la sociedad. Sin dudas, delitos que descalifican a los adultos para exigirle probidad a los jóvenes delincuentes.
Fuente: Z Digital. http://z101digital.com/app/article.aspx?id=121041
El pequeño Salvatore asistió tan solo un mes al colegio público cercano a su hogar, ya que descubrió que robando y extorsionando obtenía más dinero que su padre, que trabajaba como albañil. El niño ganaba cerca de cinco dólares a la semana por seis horas de trabajo, mientras que su padre tan solo cobraba tres, por sesenta horas de trabajo a la semana subido en un andamio.
Era el año 1906 en la ciudad de New York y el precoz criminal apenas había cumplido diez años de edad. Aunque parece una crónica de hoy, se trata en realidad de un episodio narrado por Eric Frattini en su conocida obra “Mafia S.A.”, sobre la vida de Salvatore Lucania, mejor conocido como Lucky Luciano, el hombre que organizó el crimen en América.
Durante gran parte del siglo XX, las calles de las principales ciudades de Norteamérica pasaron a manos del crimen organizado, a tal extremo de que terratenientes y comerciantes aseguraban sus personas, propiedades y trabajadores, pagándole tributo a la Mafia, que brindaba mayor seguridad que la Policía o el Estado. La mayoría de los países latinoamericanos se encuentran actualmente en igual o menor medida transitando por ese camino.
La juventud ha perdido la fe en el porvenir y en los líderes de la sociedad. No encuentra ninguna causa justa para canalizar su rebeldía. La desesperanza entrega cada día a muchos jóvenes a los brazos del crimen, sin que al Estado parezca importarle. En nuestro país, la delincuencia juvenil se ha organizado eficiente y disciplinadamente en pandillas, bandas, gangas y naciones, que han monopolizado el robo callejero e incidido determinantemente en la distribución de las drogas en los barrios. Estas organizaciones sirven como centros de entrenamiento de los jóvenes, que luego conforme al talento criminal demostrado pasan a formar parte del crimen organizado.
El hambre, el deterioro de las condiciones de vida, los divorcios o separaciones que desconciertan a los hijos jóvenes, el consumo de drogas para huir de un mundo cruel e inhumano, el desempleo y falta de oportunidades, el consumismo irresistible, el crecimiento de los cordones de miseria de las ciudades, los embarazos de niñas de 12 a 16 años por la falta de una política de prevención y control del Gobierno, la facilidad de reclutamiento de menores por parte del crimen, el incremento y legalización de los juegos de azar, el deterioro del sistema educativo, son solo algunos de los motivos por los cuales muchos jovenes se incorporan a las bandas juveniles.
Sin embargo, también muchos adultos son causantes de la inseguridad de la “Era de la Violencia y la Desesperanza”. Son aquellos que participan en el narcotráfico y todas las actividades propias del crimen organizado, en el robo impune de bienes públicos, tales como postes del tendido eléctrico de metal, estatuas y bustos, barandillas y cables de puentes, tapas de metal de alcantarillas y verjas de plazas públicas, etc., para la exportación, así como en la corrupción administrativa que empobrece a las mayorías y en la violencia intrafamiliar que requiebra el alma de la sociedad. Sin dudas, delitos que descalifican a los adultos para exigirle probidad a los jóvenes delincuentes.
Fuente: Z Digital. http://z101digital.com/app/article.aspx?id=121041
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