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Diálogo sobre Dios y la dualidad



—Caín, ¿crees en Dios?— le pregunté, mirándolo fijamente, tratando de encontrar alguna debilidad o contradicción en mi interlocutor.

Volvió a sonreír y me contestó:

—Sí, y lo conozco de primera mano.

—Yo no creo en Dios— le riposté.

— ¿Por qué? 

—Si Dios existiera no permitiría tantos males en el mundo. Yo he visto los horrores de la guerra, he visto de cerca la muerte más miserable que pueda tener un ser humano y es morir de hambre. He sido testigo de terremotos y huracanes que acaban con miles de vidas en un instante, y todo esto se lo atribuyen al castigo divino, y yo me pregunto ¿castigo de qué? Si el solo hecho de estar aquí en este planeta es un castigo. Si Dios existe y creó al hombre, hace tiempo que lo abandonó y lo dejó a su suerte. En el caso contrario, si es como dicen los religiosos que Dios tiene control de su universo, es un Dios cruel e insensible que permite tantos sufrimientos y encima de eso tiene reservado un lugar de  sempiterno tormento  para sus criaturas. Eso es inaudito, porque yo, que soy un ser humano con muchos defectos, no concibo el castigo y el sufrimiento para mis hijos. Si Dios es así, como lo pintan las religiones, entonces, definitivamente no creo en Dios.

Caín me observaba pacientemente, sin inmutarse. Dejó que me desahogara hasta el final de mi discurso y acomodándose en su asiento entrelazó sus manos y las apoyó en su abdomen y después de una aspiración profunda me dijo:

—Tienes razón al decir que no crees en el Dios de las religiones. Los religiosos tienen un concepto errado de Dios. Ellos quieren que Dios sea como ellos lo imaginan. Se han inventado una ciencia que llaman teología para estudiar a Dios, y ¿Quién dijo que Dios puede ser estudiado? Dios es infinito e inescrutable. Dios no necesita que nadie lo interprete y lo defienda. Dios es Dios por encima de todas las cosas. Yo te garantizo a ti que Dios es infinitamente  puro y bueno y que en él no hay mudanza ni sombra de variación. El infierno, el purgatorio, el averno, el abismo y todos esos lugares de tormento y fuego eternos son inventos humanos. Son argumentos que utilizan los líderes de  las distintas religiones para dominar a los feligreses. Dios no necesita del infierno para que sus criaturas se acerquen a él. Los agentes del mal se han encargado de propagar esta infamia y…

—Pero, ¿por qué existe el mal?— le interrumpí abruptamente— ¿Si Dios es puro, de dónde provino el mal?Los “teólogos” en su ignorancia solo saben decir que el origen del mal es un misterio y que no se debe hacer esta clase de cuestionamiento. Cuando se le atribuye al diablo el origen del mal surge el cuestionamiento del por qué Dios, que todo lo sabe, lo creó sabiendo que él iba a ser malo. Si en un universo donde solo existe el bien y la luz, aparece en forma misteriosa la iniquidad, es más lógico suponer que en Dios existe a la vez el bien y el mal, y por tanto, podríamos decir que Dios es a la misma vez bueno y malo y que por eso un día Dios castiga y destruye y otro día restaura y edifica, para luego continuar con el mismo proceso, como el girar de una rueda.


—Amigo Buenrostro, es muy lógico pensar de ese modo cuando solo se tiene como premisa que todo proviene de Dios, pero no es así. En Dios no existe el mal y tampoco él es la fuente del mal. Dios se generó a sí mismo y no tiene principio ni fin y cuando hablamos del concepto Dios, estamos hablando de un ser infinitamente puro y bueno y que lo asociamos a la luz y la verdad. 

—¿Y entonces de dónde procede Satanás? ¿Dónde se originó el mal?

—El universo es una dualidad. Existe la luz y la oscuridad, el bien y el mal, lo positivo y lo negativo y todo se desenvuelve dentro de ese sistema dual y lo lógico es pensar que si Dios es una realidad, también existe su contraparte: Lucifer, Diablo, Satanás o como lo queramos llamar.

—Entonces, lo que tú me estás diciendo es que el diablo es un dios.

—Exactamente. Dios no creó al diablo, si lo hubiese hecho, entonces Dios sería bueno y malo a la vez. Dios y el diablo han existido desde siempre, uno en oposición a otro, en una eterna lucha por el control del universo, y en consecuencia tenemos que el uno no puede existir sin el otro, porque el universo está regido por la ley de los pares opuestos.

— Caín, eso suena blasfemo.

Mi extraño amigo rió y dijo:

—Blasfemia es atribuirle a Dios cosas que él no ha hecho. Decir que Dios le permite a Lucifer que le inflija daño a los seres humanos eso si es una gran blasfemia. Es como decir que Dios tiene un acuerdo con Satanás, que es su colaborador y asistente, eso sí es blasfemo, por demás, absurdo y descabellado. Eso es inconcebible en una mente que razone un poco.

—Caín, pero la Biblia enseña que Satanás se encargó de probar la fe de Job, autorizado por Yahveh.

—Tú sabes bien que el patriarca nunca existió— ripostó Caín— El libro de Job es un relato alegórico de las cosas buenas y malas que suceden en nuestras vidas y que la literatura judía retrató en ese bello y maravilloso libro, que es parte de los libros poéticos del Antiguo Testamento.

Mi amigo Caín me había desarmado por un momento. Su argumento era válido y yo quería polemizar.

—¿Y la contradicción del ser? El mismo San Pablo admitió sin sonrojo su lucha interior.

—Guillermo, los conflictos del alma son parte de la dualidad en que nos desenvolvemos. Hacer el bien o el mal es una elección. Sucumbimos a la tentación  cuando somos atraídos por nuestros propios deseos, pasiones y concupiscencias. Mucho antes de Jesús, Buda, llamado el iluminado,  manifestó que “cuando ponderamos los objetivos de los sentidos surgen los deseos; los deseos inflaman la pasión y la pasión engendra temeridad; entonces la memoria, totalmente traicionada, deja que huyan las ideas nobles hasta  que la intención, mente y hombre se aniquilan.”

—Entonces convivimos con el bien y el mal dentro de nosotros— dije en tono conclusivo.

—Así es, así es—contestó Caín, mientras balanceaba su cabeza en tono afirmativo.

—¿Y entonces, cuales son los roles que desempeñan Dios y Satanás en este conflicto? 

—Cada uno en su esquina—respondió secamente.

—De acuerdo con estos argumentos, podríamos decir entonces que cuando sucede algo bueno es de parte de Dios y en caso contrario es de parte del Diablo.

—Así parece ser mi querido Guillermo,  y aunque no es bueno estar etiquetando los sucesos en buenos y malos o en positivos y negativos, lo que te quiero decir es, que aunque no lo entendamos, en el universo operan dos fuerzas superiores a los seres humanos y que es una pérdida de tiempo estar buscando justificación para eventos que son naturales dentro de la dualidad en que nos encontramos. Somos nosotros los que hemos elaborado los conceptos de Dios y el Diablo, para darle explicación a las cosas que suceden en nuestra realidad dicotómica y que son enigmáticos e incomprensibles y así vamos clasificando las experiencias según dos categorías opuestas, todo o nada, perfecto o inútil, positivo o negativo. Y de esta manera nos movemos en un plano donde no existen las gradaciones sino las polaridades.

—Caín, déjame poner en perspectiva lo que me estás diciendo. Según tus consideraciones, Dios y el diablo tienen el mismo poder y la misma autoridad y son los dioses de los seres humanos, pero cada uno en su rol.

—Así es, exactamente, y estamos atrapados en el juego de los dioses; uno tratando de llevarnos al lado del bien y la justicia y el otro obligándonos a ser siervos del mal y de la inequidad, y de esta forma nuestras vidas navegan por un mar de luces y sombras y parecemos, al final, marionetas manejadas por dos titiriteros que se pelean eternamente por ejercer el control de nuestras vidas, uno para bien y el otro para mal.


Tomado de mi libro inédito: Caín, Dios y yo
José Núñez Grullón

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