Letrinas públicas de la antigua Roma Desde siempre, los gobernantes que ejercen dominio sobre la sociedad han establecido impuestos a sus gobernados, con el fin de realizar sus obras y mantener los enormes gastos que conlleva su permanencia en el poder, y para tales fines gravan todas las actividades que rinden un beneficio pecuniario. En su insaciable voracidad fiscal establecen impuestos ridículos, y solo les interesa engrosar sus arcas, en desmedro de los que ejercen una modesta actividad económica. El impuesto a la orina En el año 70, el emperador Vespasiano decretó un impuesto a la orina que se vertía y recogía en las letrinas públicas de Roma. La orina era utilizada por su alto contenido de amoniaco por los curtidores de pieles y por los lavanderos para limpiar y blanquear las togas de lana. Tito, su hijo, le recriminó por el asunto de la letrina, entonces el emperador le dio a oler una moneda de la primera recaudación y le dijo: “el dinero no huele” (pecunia
José Núñez Grullón