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“Muerta en vida”

  Asumí que tú no estabas ahí, porque todo estaba herméticamente cerrado, y como no tenía las llaves de las cerraduras conmigo, forcé la ventana y entré a nuestra casa, como un salteador cualquiera, a esperar que llegaras de tu furtiva cita de deslealtad. Y llegaron tú y él, tomados de las manos, ebrios y muertos de risa. La sorpresa de verme sentado en el sofá ahuyentó tu alegría, pensabas que retornaría de mi viaje de negocio dentro de una semana y te diste cuenta que la vida da giros inesperados; ya no sonreías y estabas pálida como un cadáver. Estabas tan aterrada que, el pavor se leía en tus ojos desorbitados, y era como si estuvieras ante la presencia del mismo Mefistófeles. Me causó hilaridad la forma ruin como tu amante de turno huyó despavorido. Te abandonó en la primera ocasión en la que tendría que demostrar su hombría. Su terror fue tan grande que, al verme con pistola en mano, se orinó en los pantalones, una forma humillante de demostrar miedo. La pistola la puse a un lado

La efímera vida del “santico Tolín “

  En un tranquilo y remoto poblado de la región este, nació un niño prodigio, cuya madre murió al parirlo. El niño le fue dado a su tía Clementina, una mujer pobre y piadosa que dedicó su vida,    alma y corazón a cuidarlo y venerarlo como un regalo del cielo. Al infante de marras, le dieron el nombre de Antolín Campusano, pero siempre se conoció con el apodo familiar de Tolín; y más tarde la gente le bautizó como “el santico Tolín”. Decían que “el santico Tolín”, desde sus primeros meses de vida, dio manifestaciones de una vida paranormal, y desde la llegada a la casa de su tía Clementina empezaron a ocurrir situaciones portentosas que se le atribuían al niño. Los mismos pueblerinos creían que el niño era un enviado divino y testificaban de numerosas señales y curaciones milagrosas     realizados por la divinidad a través de su enviado. Al “santico Tolín” lo tenían aislado, nunca salió del hogar; vivía recluido en una habitación modestamente decorada y que sus familiares la habían dec

La sangre de oro

Hay muchos tipos de sangre, pero hay una que pocos las tienen, y por tanto, es muy escasa y muy preciada. La expresión "fulano es de sangre azul" se utiliza para significar que un individuo pertenece a la realeza, a una prestigiosa familia, o un grupo exclusivo de la sociedad. Sin embargo, su sangre es roja, igual que la de cualquier plebeyo. Pero la sangre de oro es real, y se conoce como sagre "Rh neutro" y pocos individuos las tienen. Su valor consiste en que es una sangre que se puede donar a todos los tipos de sangre dentro de la clasificación Rh, pero los portadores de la sangre "Rh nulo" solo pueden recibir su mismo tipo de sangre. Por lo tanto, los portadores de sangre "Rh nulo" tiene que hacer donaciones para ellos mismos y guardarlas en un banco de sangre para casos de emergencia. Los portadores de la sangre de oro están diseminados en áreas geográficas muy distantes. La sangre de oro es rara, escasa y muy cara.

Las dos brujas de mi barrio

En mi humilde barrio, de casitas modestas y calles polvorientas, había dos brujas, de las cuales se decía que chupaban niños recién nacidos. Las brujas tenían por nombre Flora y Clara, y no se sabía cual de las dos era la peor. Una madrugada, Flora trató en vano de penetrar a una vivienda donde había un recién nacido, pero fue repelida con ruda y agua bendita y la bruja cayó en el callejón de la vivienda y allí le dieron una pela con ramas de “guandules”. Llegó a su casa maltrecha y herida, pero nunca dejó sus intentos de chupar niños y hacer sus ritos de magia negra. Por su parte, Clara era más discreta, y fueron muchos los niños que se chupó haciéndose la tonta, y trataba de mantener un bajo perfil visitando la iglesia. Clara hacía muchas maldades, haciendo supuestos “trabajos espirituales” para amarrar maridos y ahuyentar personas. Cuando quería hacer un daño directo a una persona le preparaba un brebaje o ponía su nombre en una cabeza de cerdo y lo ente

El hombre del ataúd

Don Manuel c ompr ó su ataúd de madera de pino y c on mucho esmero y cuidado lo colocó inclinado  a la pared en un rincón de la h abitación trasera donde guardaba h erramientas, ajuares y corotos que no cabían en la casa, y cada quince días lo desempolvaba y limpiaba cualquier sucio o mancha que pudiese tener. Decía que en la vida había que estar preparado para todas las eventualidades, incluso la muerte. Cada domingo en la mañana acudía al camposanto para inspeccionar el panteón familiar, el cual mantenía impecable y limpio hasta por sus alrededores. Esa cita dominical duraba un par de horas, y aprovechaba para hablar con el “zacateca” y con los encargados de mantenimiento. Los vecinos se burlaban de la obsesión de don Manuel y su anticipada preparación para su futura honra fúnebre. Hacían chistes y comentarios lúgubres, inspirados en el ataúd de su vecino. Los jovenzuelos le decían burlonamente “el hombre del ataúd”. Pero a pesar de todo, don Manuel era muy querido y

El Dios de Spinoza

 Cuando a Einstein le preguntaban: “¿Cree Ud. en Dios?”.    El respondía:“Creo en el Dios de Spinoza”. Dios hubiera dicho: “Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti. Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo. El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer. Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que

Soneto al Cristo crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte   el cielo que me tienes prometido,  ni me mueve el infierno tan temido  para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte  clavado en una cruz y escarnecido,  muéveme ver tu cuerpo tan herido,  muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,  que aunque no hubiera cielo, yo te amara,  y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera,  pues aunque lo que espero no esperara,  lo mismo que te quiero te quisiera. Anónimo, atribuido a Santa Teresa