Asumí que tú no estabas ahí, porque todo estaba herméticamente cerrado, y como no tenía las llaves de las cerraduras conmigo, forcé la ventana y entré a nuestra casa, como un salteador cualquiera, a esperar que llegaras de tu furtiva cita de deslealtad.
Y llegaron tú y él, tomados de las manos, ebrios y muertos de risa.
La sorpresa de verme sentado en el sofá ahuyentó tu alegría, pensabas que retornaría de mi viaje de negocio dentro de una semana y te diste cuenta que la vida da giros inesperados; ya no sonreías y estabas pálida como un cadáver. Estabas tan aterrada que, el pavor se leía en tus ojos desorbitados, y era como si estuvieras ante la presencia del mismo Mefistófeles.
Me causó hilaridad la forma ruin como tu amante de turno huyó despavorido. Te abandonó en la primera ocasión en la que tendría que demostrar su hombría. Su terror fue tan grande que, al verme con pistola en mano, se orinó en los pantalones, una forma humillante de demostrar miedo.
La pistola la puse a un lado, solo la tenía para proteger mi integridad física, en caso de que fuera agredido por un individuo que creía era un hombre.
Sé que te sentiste desolada, totalmente desprotegida, a causa del abandono de tu “machito”. Ahora éramos tú y yo, frente a frente, “face to face”, como dicen los gringos.
Llorabas lastimosamente, no de tristeza sino de vergüenza, de verte descubierta, y ahora, en vez verte como señora decente te etiquetarían como una mujer adúltera. La angustia y el desconsuelo desfiguraron tu rostro, y de ser posible, habrías deseado que la tierra se abriese y te tragara.
Estabas muy asustada, de pie, temblorosa frente a mí, tu posible verdugo, esperando que ejecutara el castigo debido por el lecho mancillado. Temías lo peor, estabas resignada a sufrir una reacción violenta que podría culminar en un desenlace fatal.
Asesinarte hubiera sido fácil, pero no lo hice, no valía la pena desgraciarme la vida por matar una pérfida mujer; no valía la pena perder mi dignidad, mi libertad y mis hijos.
Pero logré una manera honorable de matarte. Te maté con mi más absoluto desprecio.
Mi repudio te marcó para siempre, y eso es como estar “muerta en vida”.
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