En mi humilde barrio, de casitas modestas y calles polvorientas, había dos brujas, de las cuales se decía que chupaban niños recién nacidos.
Las brujas tenían por nombre Flora y Clara, y no se sabía cual de las dos era la peor.
Una madrugada, Flora trató en vano de penetrar a una vivienda donde había un recién nacido, pero fue repelida con ruda y agua bendita y la bruja cayó en el callejón de la vivienda y allí le dieron una pela con ramas de “guandules”.
Llegó a su casa maltrecha y herida, pero nunca dejó sus intentos de chupar niños y hacer sus ritos de magia negra.
Por su parte, Clara era más discreta, y fueron muchos los niños que se chupó haciéndose la tonta, y trataba de mantener un bajo perfil visitando la iglesia.
Clara hacía muchas maldades, haciendo supuestos “trabajos espirituales” para amarrar maridos y ahuyentar personas.
Cuando quería hacer un daño directo a una persona le preparaba un brebaje o ponía su nombre en una cabeza de cerdo y lo enterraba en el cementerio.
A Flora le dió trabajo morir, pasó mucho tiempo inválida y ciega. Decían que el resguardo que se había tragado no la dejaba morir.
Los nietos de Flora contaban que ella los bañaba con sangre de chivo y les daba pócimas para resguardarlos.
Clara, aún vive y su maldad disimulada no la deja vivir en paz.
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