Aquella mañana prístina de primavera, me dijiste que me querías, y el viento escuchó tus palabras. Y cuando te marchaste aquella noche de invierno, ese mismo viento, gélido como la muerte, fue testigo de tu partida y de tus promesas incumplidas. Ese viento, testigo fiel de mi amor desolado, se llevó tus palabras, se llevó tu presencia, se llevó tus promesas, se llevó tus besos, y me quedé solo, apagando las pasiones y desvaneciendo los sueños. Hoy, el viento tocó mi puerta, susurró a mi alma que alguien vendrá y me devolverá la calma.
José Núñez Grullón