Aquella mañana
prístina de primavera,
me dijiste que me querías,
y el viento escuchó tus palabras.
Y cuando te marchaste
aquella noche de invierno,
ese mismo viento,
gélido como la muerte,
fue testigo de tu partida
y de tus promesas incumplidas.
Ese viento, testigo fiel
de mi amor desolado,
se llevó tus palabras,
se llevó tu presencia,
se llevó tus promesas,
se llevó tus besos,
y me quedé solo,
apagando las pasiones
y desvaneciendo los sueños.
Hoy, el viento tocó mi puerta,
susurró a mi alma
que alguien vendrá
y me devolverá la calma.
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