Asumí que tú no estabas ahí, porque todo estaba herméticamente cerrado, y como no tenía las llaves de las cerraduras conmigo, forcé la ventana y entré a nuestra casa, como un salteador cualquiera, a esperar que llegaras de tu furtiva cita de deslealtad. Y llegaron tú y él, tomados de las manos, ebrios y muertos de risa. La sorpresa de verme sentado en el sofá ahuyentó tu alegría, pensabas que retornaría de mi viaje de negocio dentro de una semana y te diste cuenta que la vida da giros inesperados; ya no sonreías y estabas pálida como un cadáver. Estabas tan aterrada que, el pavor se leía en tus ojos desorbitados, y era como si estuvieras ante la presencia del mismo Mefistófeles. Me causó hilaridad la forma ruin como tu amante de turno huyó despavorido. Te abandonó en la primera ocasión en la que tendría que demostrar su hombría. Su terror fue tan grande que, al verme con pistola en mano, se orinó en los pantalones, una forma humillante de demostrar miedo. La pistola la puse a un lado
José Núñez Grullón