El ejército sirio había sitiado por un largo tiempo la ciudad de Samaria.
Su objetivo: hacer rendir la ciudad por inanición.
La hambruna era tan grave que la gente comía lo que tuviera a su alcance. Se vendía la cabeza huesuda de un asno a precio elevadísimo, y hasta se llegó a vender para comer el estiércol de paloma.
La situación era tan calamitosa que se llegó al extremo del canibalismo.
Dos mujeres acordaron comerse sus respectivos hijos, pero solo una cumplió con el trato.
Este caso llegó ante el rey, que rasgando su vestidura, acusó al profeta Eliseo de estos males, y pidió su cabeza.
Pero Eliseo, como verdadero vidente y profeta, se anticipó y dijo a los mensajeros del rey: mañana habrá abundancia de comida en la ciudad.
Había cuatro leprosos en las afueras de la ciudad, y acordaron lo siguiente: "si entramos a la ciudad nos apedrean, si nos quedamos aquí moriremos de hambre, arriesguémonos y vamos al campamento de los sirios a pedir comida, porque como quiera estamos sentenciados a muerte".
Hubo una decisión heroica de estos indigentes.
La mano de La Providencia se mueve ante los saltos de fe de los mortales.
Mientras iban de camino, extraños temblores y estruendos ocurrían en el campamento y se sintió como el estrépito de un gran ejército en marcha, y esto hizo espantar al poderoso ejército sirio, el cual huyó despavorido.
Los leprosos encontraron el campamento solo. Saciaron su hambre y tomaron de los tesoros dejados.
Luego de satisfechos, dijeron:
"No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey".
La ciudad de Samaria fue salvada por cuatro personas que motivadas por el hambre y la desesperación, dieron un salto de fe.
Cuatro personas marginadas de la sociedad, cuatro individuos que tenían que gritar su enfermedad cuando estaban cerca de las personas.
A veces, Dios utiliza lo más vil del mundo para mostrar su misericordia.
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