El ejército sirio había sitiado por un largo tiempo la ciudad de Samaria. Su objetivo: hacer rendir la ciudad por inanición. La hambruna era tan grave que la gente comía lo que tuviera a su alcance. Se vendía la cabeza huesuda de un asno a precio elevadísimo, y hasta se llegó a vender para comer el estiércol de paloma. La situación era tan calamitosa que se llegó al extremo del canibalismo. Dos mujeres acordaron comerse sus respectivos hijos, pero solo una cumplió con el trato. Este caso llegó ante el rey, que rasgando su vestidura, acusó al profeta Eliseo de estos males, y pidió su cabeza. Pero Eliseo, como verdadero vidente y profeta, se anticipó y dijo a los mensajeros del rey: mañana habrá abundancia de comida en la ciudad. Había cuatro leprosos en las afueras de la ciudad, y acordaron lo siguiente: "si entramos a la ciudad nos apedrean, si nos quedamos aquí moriremos de hambre, arriesguémonos y vamos al campamento de los sirios a pedir comida, porque como qu
José Núñez Grullón