Según la Biblia, los nombres tienen mucha importancia para Dios.
Por eso es que en el libro de Apocalipsis 2:17 Dios tiene para el vencedor un nombre nuevo, dice así:
"El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe".
Dios les cambió los nombres a Abram y Sarai su esposa por dos con más significados y que identificaban sus propósitos
La noticia se
expandió como reguero de pólvora por toda la comarca. Abram y Sarai se habían
cambiado los nombres. Ahora se llamaban: Abraham “padre de una multitud”, y
Sara “la princesa”.
La gente
murmuraba a la pareja y decía que estaban decrépitos a causa de la edad. Otros
pensaban que se habían desquiciados por las ansias de tener un hijo, fruto de
su gran amor.
A pesar de los
cínicos comentarios de sus vecinos, ellos se mantenían con sus nuevos nombres,
creyendo lo que Jehová había prometido. Estaban seguros de que Dios jamás
defrauda a quienes se arrojan en sus brazos en un salto de fe.
La gente se
acostumbró a los nuevos nombres de la pareja de ancianos, y pronto, los
antiguos nombres fueron olvidados. Ya todo el mundo los conocía como Abraham y
Sara.
Abraham tenía
una fe vigorosa y eficaz, capaz de mover montañas. Mantenía la firmeza en que
Dios le daría el hijo prometido a su debido tiempo.
En las noches,
sentado a la puerta de su tienda, contemplaba el cielo azul y despejado de las
noches de oriente, y en cada estrella que avistaban sus ojos, veía un hijo
suyo; los mimaba; los contaba; miraba el firmamento repleto de su descendencia,
tan numerosa como esas lentejuelas que colgaban en la bóveda celeste. Dios
había sembrado ese sueño en su corazón y nada ni nadie podía destruirlo.
Estaba arraigado
a una promesa indestructible.
Fuente:Abraham de Ur, el amigo de Dios
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