Lo mataron, igual que a Lola, a las tres de la tarde.
Todo empezó la tarde de junio, cuando el capitán Marchena fue al punto de drogas de Pedro Moreta, alias el buey.
Ambos, el buey y el capitán, conversaban amigablemente, sentados en la galería de la casa donde operaba el negocio de drogas, y de repente, aparecieron tres individuos fuertemente armados y acribillaron al buey. El capitán le dio el tiro de gracia.
Nicanor Ortega estaba sentado en el balcón de su casa y vio, para su desgracia, todo lo que ocurrió.
Desde ese día recibió su sentencia de muerte, y comenzó su vida fugitiva.
Su persecución fue tenaz y sin pausa. Su vida se deterioró por la angustia y el estrés.
Una tarde septembrina, que sería la última de su vida, un familiar lo citó al colmado del primo para que allí viera a su esposa y su hija.
Pero lo estaban acechando y lo acribillaron sin piedad, delante de su familia.
Lo mataron por ser un testigo casual, que salió al balcón a tomar aire fresco.
Lo mataron y lo acusaron de narcotráfico y varias muertes, crímenes que jamás cometió.
Su honradez fue mancillada por delincuentes de uniforme gris.
El grito luctuoso repercutió por todos los ámbitos del barrio: mataron a Nicanor!
Lo mataron a las tres de la tarde, igual que a Lola, la meretriz de la leyenda cubana.
Comentarios